En virtud de lo inestable, Mariana Rodríguez Iglesias en constante discusión con María Lightowler

I.
Esta va ser una reseña reconstruida por momentos no consecutivos, digamos, una suerte de collage mn�mico, un ad hoc a la situación de enunciación. Esto es así porque yo no pude ir a la inauguración de la exposición ¿En virtud de lo inestable? de Irina Rosenfeldt en la galería platense Damme.
Flashback no.1: unas semana antes había estado haciendo unas pruebas en el flamante espacio de Alicia Vandamme y cia. Flashback no.2: conozco a Irina en Art Basel, al tiempito, conozco sus pinturas rebatidas en alfombras para poder verlas en el living de su casa. Aquella visita y los años compartidos, me acreditan a escribir esta reseña aunque nunca haya estado en la exposición.

II.
Damme es un excelente ejemplo del estilo de galerías del último lustro en nuestro país: emergente, completamente por fuera del paradigma del white cube; espacio de exhibición compartido con un espacio de trabajo sin solución de continuidad (la oficina, a la vista); misión explícita más cerca de la promoción de la cultura que de la comercialización de obras; profesional a fuerza de la prepotencia del trabajo sin descansar sobre una abultada agenda de capital social; y, hay que decirlo, más bien de dimensiones reducidas aunque con un poder centr�peto impresionante. Esto �ltimo, me preocupaba cuando supe que el espacio abrir�a sus puertas con una expo de Irina para qui�n un lienzo de 150cm por 150cm es la servilleta de café, de esas con rayitas azules y papel satinado, ideales para garabatear al teléfono pero diminutas para una pintura exuberante y explosiva como la de ella. Para despejar dudas, me fui a La Plata a conocer el lugar, con un rollo de papel misionero bajo el brazo. Con recortes de ese papel tostado y limpio, hicimos dobles de riesgo de la obra de Irina, dobles bastante púlidos y deslucidos de su obra. De dimensiones idénticas a sus piezas pero como si se hubieran tragado toda la obra y estuvieran digiriendo en silencio, los colgaron en el espacio implosivo de Damme y demostraron que la cosa, sí, podía ser. Podía funcionar y de seguro el escenario iba a ser el de un campo de fuegos cruzados.

III.
Podemos tener miles de interpretaciones acerca de la obra de Irina Rosenfeldt, los disparadores que la propia obra proporciona son tantos que llegar a un consenso es una franca utopía. Ahora bien, creo que estaríamos todos de acuerdo al señalar que es ideal para la apertura de un proyecto ya que su trabajo, como un conjunto de imágenes anudadas entre sí, propone una disposición de fuerzas siempre potente, rica en matices, firme en su estructura pictórica. En síntesis, es el augurio de un provenir poderoso, la promesa de constante movimiento. Porque, como se�ala la curadora Mar�a Lightowler, la artista �elige el gran formato, obras que nos envuelven y nos integran, hacíendonos partícipes del espacio pictórico gracias, entre otras cosas, a su paleta compleja y abundante. El encuentro con una de sus pinturas, es una experiencia tanto física como emocional.

IV.
Las pinturas de Irina no fuerzan el contexto (..) parecen conservar (,,,) la vida propia de algo difícil de comprender e intentan comunicárnoslo. Narrará, dice Alicia Vandamme en Un jardín inestable, el texto que acompaña la exposición. Haciendo gala de una sensibilidad y gracia literaria inusitadas en el gremio galerístico, la autora del texto y directora del espacio incluye algo vital de todo acto comunicativo, vale decir, lo narrativo. Tenemos aquí una clave con las que opera la obra de Irina: estableciendo un lazo cómplice con nosotros que estamos del otro lado de sus obras, donde lo narrativo no se refiere a una historia contada, o un relato traducible en palabra, sino más bien -cito a María de nuevo- al calor que se siente en ciertas partes del cuerpo, las ganas de rozar con la piel ciertas texturas de esas superficies, que la artista sabe abordar con gran ímpetu.

V.
Con María discutimos mucho la obra de Irina, porque nos conmueve y porque tenemos ese vicio que despuntamos juntas. Finalmente, el diálogo en arte nunca se da con las obras, que nulas chances tienen de responder. El diálogo, la discusión, la reflexión es siempre una triangulación entre la obra y un otro. La semiosis es infinita pero también es construída de a dos. Nos gusta pensar que la obra de Irina es un terreno de activación. Vemos -lo percibimos en nosotras- que ser espectador de sus pinturas es siempre una oportunidad para salir del lugar expectante (en tanto espera) para pasar a la de usuario observador activo. En síntesis, involucrarse en la obra ineludible. De ahí ese aspecto físico: son obras para mirar de cerca y de lejos, se bailan y en el acto coreográfico se repone la situación de génesis de la obra porque sin dudas es la artista la primera bailarina de sus obras. Aunque hablar de danza es sub-descriptivo, porque podría darle al lector la idea de que sus obras son el registro de situaciones apacibles. Por el contrario, las superficies siempre festiva, abundante y enérgica es antes que una huella una propuesta a reconocer las fuerzas que la pintura dispone entre sus elementos: manchas, arrastres, yuxtaposiciones, transparencias, ataques al lienzo, colores llamativos, destacados negros, azules ultra vibrantes, elementos naturales metamorfoseados en caireles, gotas o péndulos de cristal. En tanto sistema, sus pinturas están siempre en movimiento y tal vez allí encontremos otra clave, porque si el movimiento es constante, se lo percibe como estable. Como el río que corre veloz e incansable pero a nuestra vista puede aparecer como un todo entretejido de fuerzas que hablan otro idioma y lo hacen con poderosos susurros.

Un jardín inestable, por Alicia Vandamme

Irina Rosenfeldt expone en Galería Damme (La Plata, Pcia de Buenos Aires).
Publicado en que responda el viento, 27/04/2015


Alexander Kluge es un cineasta y escritor alemán. Una de sus últimas películas dura 570 minutos. Se llama Noticias de la antigueedad ideológica y es un intento desmesurado, demencial, de representar el texto El capital de Karl Marx (como desmesurado había sido el proyecto similar de Eisenstein en 1927).

Si algo tiene de interesante esta película maratónica de Kluge, es que es un monólogo absolutamente inclusivo. Todo tipo de materiales funcionan en el film, casi hasta llegar a parecer una película sin autor. La obra tiene una arquitectura desmembrable. El presentador de la película en Buenos Aires la definirá como película taller o circo de variedades.

Todo esto se relaciona con la idea de Kluge sobre la teoría del montaje y sobre su teoría del arte.
Así, en su libro Contexto de un jardín, una recopilación de muchos de sus mejores discursos, Kluge dirá:
Ni en mis textos ni en mis películas recurro al montaje con el objetivo de forzar contextos; tampoco para vender alguna cosa valiéndome de la retórica. En mi caso, el montaje es mucho más la expresión de aquello que describo, el intento de conservar la vida propia de algo difícil de comprender. El amor a esa vida es el vehículo de la comunicación. La sorpresa, lo improbable, la contradicción aparente, ponen en movimiento los sentidos.

En ese mismo texto también explicará que se comporta como un jardinero apasionado y seguidamente a ello que, el contexto de un jardín, eso mismo, será el montaje.

Este discípulo de la Escuela de Frankfurt que se viste de jardinero, concebirá la idea del arte como del orden de un jardín. Sin arbitrariedades, conectado por reglas no fijadas, sin sistema. Tal vez como dirá la prologuista y traductora del libro al español:su idea de un jardín es estática. A esta idea de desmesura y desorden la sostiene una conexión subyacente cohesiva. Un orden natural.

Los enormes jardines de Irina Rosenfeldt parecen no respetar arbitrariedades. Si hay un jardinero aquí, es uno que respeta el orden natural, que deja crecer abundantemente y que confía, como su jardinero colega Kluge, en que algo puede crecer por sí mismo.

Rosenfeldt dirá que en su movimiento, deconstrucción, su forma, lo complejo del mundo no puede ser absorbido inmediatamente. Allí tal vez, otra puesta en lugar dentro del gran jardín de la serie de En virtud de lo inestable. Botánicamente necesario detenerse a escuchar cada cuadro, (que es también un sueño) desordenado, incomprensible, vivaz.

Las pinturas de Irina Rosenfeldt claramente no fuerzan al contexto. Si creo que (como Kluge) parecen querer conservar con este montaje aparentemente desbordado, la vida propia de algo difícil de comprender e intentar comunicárnoslo. Narrar.